Antoine d'Agata

"A diferencia de otros fotógrafos, nunca hago fotos críticas o negativas. Tengo una mirada muy adversa sobre el mundo, pero siempre estoy con gente a la que estimo. Las prostitutas, por ejemplo, que son los seres más vivos, auténticos y sinceros hasta en su piel. Nunca he fotografiado a alguien a quien no quiero profundamente. Es verdad que los sitios donde las hago son bastante feos, pero no hay ni una foto que no esté llena de sentimiento y de emoción.
"La fotografía es el único arte que necesita que uno se comprometa con el mundo real. Un escritor, un pintor, un escultor trabajan con la introspección o la invención para crear un territorio inmenso; mi campo exige mucha más implicación. No me gustan nada las fotos que son meros testigos u observadores externos, creo que el fotógrafo debe meterse dentro del mundo que está creando, tiene que ser un personaje más de su obra. Por eso hago lo que hago, y por eso a veces, mientras bebo, le pido a la gente que me haga fotografías, porque es la manera más extrema de defender ese punto de vista. Sé que no estoy haciendo una cosa inocente ni estúpida.
A los 14 era anarquista; a los 15, "un idealista extremista radical en cuanto a la negación de la sociedad. Entonces abandoné mis estudios, un año antes de entrar en la Universidad. Durante unos meses trabajé en un matadero, y luego comencé a vivir en la calle". Tenía 17 años y "vivía muy encerrado, no hablaba con nadie, era casi autista. Desde muy joven me aficioné a las drogas y al alcohol. Cuando bebía me ponía muy violento, y toda la presión interna que acumulaba explotaba. Muchas noches acababa en la comisaría.
La fotografía cambió eso.
Hace cuestión de 12 años, estando en México, entre las tinieblas, la voz agonizante de un amigo le sugirió el camino hacia su travesía profesional. Su colega, al que conocía desde la época del liceo, era fotógrafo y se estaba muriendo. "Él sabía que ése era su último viaje. Hacía sus fotos impulsado por una necesidad urgente, muy fuerte. El miedo y la angustia de saberse condenado ejercían en él una tremenda presión. Hablo de una generación, a finales de los ochenta, en la que gente de mi ambiente moría continuamente a mitad del camino. Fue en ese momento cuando la fotografía me pareció algo mágico, capaz de hacer perdurar en el tiempo cada segundo. Dos años más tarde, cuando hice mi primera foto, me empapé de esa sensación. Fue una emoción muy grande, que me ayudó a sobrevivir física y mentalmente.
No sé si estoy viviendo mi vida y la documento, o hago las cosas para inventar material para fotografiar. Tengo una relación muy compleja con la realidad. Ya no distingo lo que es verdad, lo que es ficción, texto, mi deseo, lo que provoco o lo que necesito? Todo es muy confuso y difícil de desentrañar.
La gente ve mis fotografías como un ejercicio de oscuridad romántica. Pero mi trabajo tiene una fuerte carga política. El uso que la gente marginal hace de la droga y del sexo es en verdad su última defensa: cuando a uno se lo niegas todo se encierra en el primitivismo.
Yo no conozco el placer tan bien como puede pensarse, no es el placer lo que me lleva al sexo», explica. «No es el placer -añade- lo que me mueve; lo que me mueve es la frustración, la desesperación, el miedo. No es que me guste el sexo, el sexo me asusta, me da miedo, no lo entiendo; y por eso me interesa, no porque vaya buscando nuevas formas de practicarlo
¿Cuál es la meta?:
"Mi libertad, que no es construir, ni avidez, ni protección. La felicidad la encuentro quizá en la desintegración, es dejar pedazos de ti todo el tiempo, en muchos lugares, intercambiando momentos con la gente de manera muy extrema. De algún modo, es un proceso de desintegración".





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